Desde que nos atrapó de forma súbita la pandemia, no hemos podido notar que el transporte público sea más capaz y eficiente de lo que era ant s de ella, al menos en lo que respecta a las medidas de seguridad que sean efectivas en contra de la propagación del coronavirus en determinados metros, buses o trenes de cercanías, tal situación ha resultado imposible. Es apenas lógico que se tenga miedo a las aglomeraciones ya que se trata de uno de los principales factores de contagio, situación que ha llevado a muchos usuarios a optar por medios de desplazamiento individuales, aunque eso sea de manera provisional.

Mantenerse lejos de los peligros que implican las aglomeraciones no llega a representar mayores dificultades cuando las distancias que se recorren cotidianamente pueden ser cubiertas andando en bicicleta o quizás en patinete, pero esto no siempre es posible. De modo que, cuando se presenta la necesidad de mantenerse resguardado en una especie de burbuja doméstica y laboral, ello llega a tener un precio elevado para el medio ambiente.

En medio de todo, un coche viene a suponer una burbuja de bienestar y tranquilidad ante los peligros de estar inmerso en el rebaño, ya que en estos momentos de incertidumbre económica, donde no sobra el dinero, la mejor solución resulta en adquirir un coche viejo y que sea económico con el que se pueda salir del paso y de las aglomeraciones de personas. Esta es una de las opciones que han sido adoptadas por los no pocos usuarios habituales que tiene el transporte público.

En tal sentido, en España han crecido de manera significativa las ventas de vehículos de segunda mano, esos que son anteriores a todas las normativas antipolución. Dichos coches vienen a proporcionar un efecto de tranquilidad y bienestar ante los riesgos de las multitudes, pero su circulación tan solo redunda en el deterioro del medio ambiente.

Ciertamente condujo a un efecto beneficioso el hecho del confinamiento en referencia a los aspectos ecológico durante las primeras fases de la desescalada, pero todo se está desvaneciendo a marchas forzadas debido a la progresiva recuperación de las actividades y de los desplazamientos individuales. De acuerdo a los datos de la Asociación de Transportes Públicos Urbanos y Metropolitanos, en el transcurso de los meses de verano, el uso del transporte público en España llegó a registrar una caída del 40% si se le compara con el año anterior. Dicha patronal ha calculado que el descenso de clientes se irá recuperando, aunque no llegará a alcanzar las cotas de los años anteriores.

Más allá de que las autoridades sanitarias restrinjan las reuniones de personas en círculos familiares y sociales, en el ámbito laboral y del transporte público existe barra libre. Apenas podemos seguir las recomendaciones. La seguridad prescribe que “Si te encuentras mal o perteneces a un grupo de riesgo, no utilices el transporte público”, pero en la práctica, tales protocolos son de difícil cumplimiento, de esta manera lo atestiguan las fotografías y las denuncias de vagones que circulan atestados, por lo que el miedo al coronavirus han dado cabida al transporte privado.

La conservación del ambiente una vez más se ve afectada debido al temor de contagio en la pandemia

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